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miércoles, marzo 21, 2018

OM/KARMA (o yoga y revolución) 



Hace dos años le escuché decir a un instructor de Yoga: “¿Quién debe mandar? ¿La mente o el cuerpo?"

Un alumno responde: “La mente”. El instructor agrega: “Exacto. Así es. En efecto, la mente debe tratar al cuerpo como se trata a un niño pequeño: ¡tiene que ponerle la regla!”.

Me retiro algo asombrado, y también asqueado. El autoritarismo y la escisión se abren paso de variadas maneras. Inclusive “orientalistas”. ¿Mystic chant? ¿New age?

A mí disciplinas como esa me interesan desde hace poco, y porque precisamente en su práctica hacen que sea más bien la totalidad de mi cuerpo la que le recuerde a la mente escindida que somos parte del Uno. Eso es lo que siento en las pausas en que con los ojos cerrados el conjunto de las sensaciones del cuerpo le hablan a mi mente y puedo sentir como se reunifican en la Totalidad.

Coltrane lo tenía claro en su álbum “Om”, según él “la primera sílaba, la palabra primaria de poder”, recitando partes del Bhagavad Gita para acometer una de sus más intensas incursiones en el más-allá al que te lleva el sonido en formato de septeto en esta sesión de octubre de 1965. Más disfrutable aún resulta este encuentro si tenemos en cuenta que para muchos “críticos” es “el peor álbum de Coltrane”. ¡Lávense las fauces!

Pharoah profundizaba este mismo estado espiritual en su álbum “Karma”, de 1969, en cuya portada aparece meditando, y en que a lo largo de sus casi 40 minutos de duración alternan varias veces la calma con la tormenta, mientras Leon Thomas nos recuerda que “el plan maestro del Creador era paz y felicidad para todxs”.

Ah, y también Roi Ferreiro:

“La práctica del yoga no persigue el mero autoconocimiento, sino un desvelamiento de todas las potencialidades de la psique y su realización. De ahí su profundo antagonismo con lo que se denomina, histórica y socialmente, religión. No obstante, se trata del mismo tipo de contradicción que existe entre la acción y el pensamiento humanos dentro del marco de la sociedad alienada. El proletariado no puede liberarse de la conciencia dominante más que a lo largo de un proceso en el que, movido por la necesidad y a través de su acción, adquiera su propia experiencia y desarrolle su capacidad para asimilarla. Del mismo modo, como corriente espiritual real, el yoga no parte de ningún presupuesto sobrenatural, sino de la necesidad de transformar la existencia espiritual de los seres humanos, del esfuerzo por lograr un estado de armonía interna y con el exterior, de la puesta en práctica de la aspiración a la autosuperación que brota de la rebelión instintiva contra el mundo y la conciencia alienados de la comunidad primordial como especie y con la naturaleza. Estas son las motivaciones que condujeron, a lo largo de un proceso histórico, al desarrollo de distintas teorías, enfoques y técnicas. Lo que estas teorías describen como lo Divino es un estado espiritual o una forma de conciencia, pero no ya cualquier representación simbólica o antropomórfica convertida en fetiche. Si este estado espiritual, esta experiencia de la conciencia, es una realidad permanente y efectiva, no es en consecuencia una cuestión teórica, sino práctica”.

“El yoga no es un sistema rígido de prácticas -que la gente ordinaria solamente puede aplicar dedicándole un tiempo especial fuera de la vida corriente-, sino que aspira a una práctica consciente y continua, adecuada a las condiciones de cada momento. No se basa en la acción de ningún poder externo dominante, de un “guru” o maestro espiritual, sino en la auto-interacción del sujeto con su ser psíquico profundo (volver la conciencia hacia el interior, pero no para una introspección permanente, sino para establecer la conciencia en el centro psíquico y así volverla en todas las direcciones, interiores y exteriores, desde un nivel superior de energía e intensidad) y en la apertura consciente a la unión espiritual con la totalidad. Toda la mitología de los “gurus” se disuelve reconociendo la necesidad de comunicar las experiencias y conocimientos, con el fin de acelerar el progreso interior, y también en el hecho experimental de que la energía espiritual es comunicable, de modo que no sólo su activación se traduce en una estimulación de la autoactividad y de la dicha interiores, sino que al mismo tiempo se transmite al ambiente, las personas, los lugares, favoreciendo así las relaciones sociales el progreso espiritual de los individuos de alrededor”.

 (Roi Ferreiro, Yoga y revolución).


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