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jueves, octubre 19, 2017

1917/2017 


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El mismo momento histórico en que el bolchevismo ha triunfado por sí mismo en Rusia y la social-democracia ha combatido victoriosamente por el viejo mundo marca el nacimiento acabado de un orden de cosas que es el centro de la dominación del espectáculo moderno: la representación obrera se ha opuesto radicalmente a la clase.


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"En todas las revoluciones anteriores", escribía Rosa Luxemburgo en la Rote Fahne del 21 de diciembre de 1918, "los combatientes se enfrentaban a cara descubierta: clase contra clase, programa contra programa. En la revolución presente las tropas de protección del antiguo régimen no intervienen bajo el estandarte de las clases dirigentes, sino bajo la bandera de un 'partido social-demócrata'. Si la cuestión central de la revolución fuera planteada abierta y honradamente: capitalismo o socialismo, ninguna duda, ninguna vacilación serían hoy posibles en la gran masa del proletariado." Así, días antes de su destrucción, la corriente radical del proletariado alemán descubría el secreto de las nuevas condiciones que había creado todo el proceso anterior (al que la representación obrera habría contribuido de modo importante): la organización espectacular de la defensa del orden existente, el reino social de las apariencias donde ninguna "cuestión central" puede ser ya planteada "abierta y honradamente". La representación revolucionaria del proletariado en este estadio había llegado a ser a la vez el factor principal y el resultado central de la falsificación general de la sociedad.


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La organización del proletariado sobre el modelo bolchevique, que había nacido del atraso ruso y de la capitulación del movimiento obrero de los países avanzados ante la lucha revolucionaria, encontró también en el atraso ruso todas las condiciones que llevaban esta forma de organización hacia la inversión contrarrevolucionaria que contenía inconscientemente en su germen original; y la capitulación reiterada de la masa del movimiento obrero europeo ante el Hic Rhodus, hic salta del período 1918-1920, capitulación que incluía la destrucción violenta de su minoría radical, favoreció el desarrollo completo del proceso y permitió que el falaz resultado se afirmara ante el mundo como la única solución proletaria. La apropiación del monopolio estático de la representación y de la defensa del poder de los obreros, que justificó al partido bolchevique, le hizo llegar a ser lo que ya era: el partido de los propietarios del proletario, eliminando en lo esencial las formas precedentes de propiedad.


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Todas las condiciones de la liquidación del zarismo examinadas en el debate teórico siempre insatisfactorio durante veinte años entre las diversas tendencias de la socialdemocracia rusa - debilidad de la burguesía, peso de la mayoría campesina, papel decisivo de un proletariado concentrado y combativo pero extremadamente minoritario en el país - revelaron finalmente en la práctica sus soluciones, a través de una premisa que no estaba presente en las hipótesis: la burocracia revolucionaria que dirigía el proletariado, apoderándose del Estado, impuso a la sociedad una nueva dominación de clase. La revolución estrictamente burguesa era imposible; la "dictadura democrática de los obreros y de los campesinos" estaba vacía de sentido; el poder proletario de los soviets no podía mantenerse a la vez contra la clase de los campesinos propietarios, la reacción blanca nacional e internacional y su propia representación exteriorizada y alienada en partido obrero de los dueños absolutos del Estado, de la economía, de la expresión y pronto hasta del pensamiento. La teoría de la revolución permanente de Trotsky y Parvus, a la cual Lenin se unió de modo efectivo en abril de 1917, fue la única que llegó a verificarse en los países atrasados desde el punto de vista del desarrollo social de la burguesía, pero sólo tras la introducción de este factor desconocido que era el poder de clase de la burocracia. La concentración de la dictadura en las manos de la representación suprema de la ideología fue defendida con la mayor consecuencia por Lenin en los numerosos enfrentamientos de la dirección bolchevique. Lenin tenía razón contra sus adversarios cada vez que sostenía la solución implicada en las elecciones precedentes del poder absoluto minoritario: la democracia negada estatalmente a los campesinos debía negarse a los obreros, lo que llevaba a negarla a los dirigentes comunistas de los sindicatos, y en todo el partido, y finalmente hasta en la cima del partido jerárquico. En el X Congreso, en el momento en que el soviet de Cronstad era abatido por las armas y enterrado bajo la calumnia, Lenin pronunciaba contra los burócratas izquierdistas organizados en "Oposición Obrera" esta conclusión, cuya lógica extendería Stalin hasta una perfecta división del mundo: "Aquí, o bien allá con un fusil, pero no con la oposición... Estamos hartos de la oposición."


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Al permanecer la burocracia como única propietaria de un capitalismo de Estado trató primero de asegurar su poder en el interior mediante una alianza temporal con el campesinado, después de Cronstadt, y con la "nueva política económica", tal y como la defendió en el exterior utilizando a los obreros regimentados en los partidos burocráticos de la III Internacional como fuerza de apoyo de la diplomacia rusa, para sabotear todo movimiento revolucionario y sostener gobiernos burgueses con cuyo apoyo contaba en política internacional (el poder de Kuo-Min-Tang en la China de 1925-27, el Frente Popular en España y en Francia, etc.). Pero la sociedad burocrática debía proseguir su propia culminación mediante el terror ejercido sobre el campesinado para realizar la acumulación capitalista primitiva más brutal de la historia. Esta industrialización de la época estalinista revela la realidad última de la burocracia: es la continuación del poder de la economía, el salvamiento de lo esencial de la sociedad mercantil mediante el mantenimiento del trabajo-mercancía. Es la prueba de la economía independiente que domina la sociedad hasta el punto de recrear para sus propios fines la dominación de clase que le es necesaria: lo que equivale a decir que la burguesía ha creado un poder autónomo que, mientras subsista esta autonomía, puede hasta llegar a prescindir de la burguesía. La burocracia totalitaria no es "la última clase propietaria de la historia" en el sentido de Bruno Rizzi, sino solamente una clase dominante de sustitución para la economía mercantil. La propiedad privada del capitalismo decadente es reemplazada por un sub-producto simplificado, menos diversificado, concentrado en propiedad colectiva de la clase burocrática. Esta forma subdesarrollada de clase dominante es también la expresión del subdesarrollo económico; y no tiene otra perspectiva que superar el retraso de este desarrollo en ciertas regiones del mundo. El partido obrero, organizado según el modelo burgués de la separación, ha proporcionado el cuadro jerárquico-estatal a esta edición suplementaria de la clase dominante. Anton Ciliga anotaba en una prisión de Stalin que "las cuestiones técnicas de organización resultaban ser cuestiones sociales" (Lenin y la revolución).


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La ideología revolucionaria, la coherencia de lo separado de la que el leninismo constituye el más alto esfuerzo voluntarista, que detenta la gestión de una realidad que la rechaza, con el stalinismo reencontrará su verdad en la incoherencia. En este momento la ideología ya no es un arma, sino un fin. La mentira que ya no es contradicha se convierte en locura. Tanto la realidad como el fin son disueltos en la proclamación ideológica totalitaria: todo lo que ella dice es todo lo que es. Es un primitivismo local del espectáculo, cuyo papel es sin embargo esencial en el desarrollo del espectáculo mundial. La ideología que aquí se materializa no ha transformado económicamente el mundo, como el capitalismo que ha alcanzado el estadio de la abundancia; solo ha transformado políticamente la percepción.


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La clase ideológica-totalitaria en el poder es el poder de un mundo invertido: cuanto más fuerte es, más afirma que no existe, y su fuerza le sirve antes que nada para afirmar su inexistencia. Es modesta sólo en este punto, pues su inexistencia oficial debe coincidir también con el nec plus ultradel desarrollo histórico, que simultáneamente se debería a su dominio infalible. Expuesta por todas partes, la burocracia debe ser la clase invisible para la conciencia, de forma que toda la vida social se vuelve demente. La organización social de la mentira absoluta dimana de esta contradicción fundamental.

(Guy Debord, La sociedad del espectáculo, 1967).

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